Por Victoria Micena

¿Creen los niños actuales en la siniestra figura del coco? Improbable. El coco es una figura trasnochada que no aparece en twitter, facebook, whatsapp o instagram, y ya se sabe que para las nuevas generaciones el mundo real se circunscribe a ese ámbito y poco más.

En cambio, sí parecen creer en el coco montones de adultos. No hay consenso sobre la identidad exacta del espantajo que aterroriza a los ya creciditos. Para unos, que dicen ser políticamente de izquierdas (o se lo imaginan), el coco se llama Vox, y los tiene tan aterrorizados que tratan de poner toda la tierra posible de por medio y, en consecuencia, se niegan, por ejemplo, a participar en manifestaciones que reclamen derechos fundamentales recogidos en las declaraciones de derechos humanos, como la no discriminación por lengua y cultura (discriminación practicada sistemáticamente en las escuelas de Cataluña contra los castellanoparlantes), si en ellas participa el mencionado coco.

Para otros, el coco son los comunistas (especie que algunos politólogos, en cambio, consideran extinguida). Piensan esos cobardicas que medidas como un modesto incremento del salario mínimo, o un no menos modesto aumento de los impuestos directos en proporción creciente a la renta, proyectan sobre la sociedad la tenebrosa sombra del bolchevismo, que amenaza con eclipsar para siempre el sol de la libertad (ésa que nos permite decidir quién preferimos que nos dé por salva sea la parte). Es cierto que ya no suele decirse que los comunistas se comen a los niños crudos, como se decía antes, seguramente porque se partía de la base de que los rojillos eran pobres y no les llegaba para comprar carbón. Pero no sería de extrañar que ahora, ante la carestía creciente de los combustibles, el bulo vuelva a ponerse en circulación.

Hay también quien ve el coco en los profesores de matemáticas que pretenden enseñar a sus alumnos materias tan estrechamente ligadas a la tiranía heteropatriarcal como la trigonometría y el cálculo, en lugar de imbuirlos a fondo de la necesaria perspectiva de género. Otro coco no menos espantoso: los profesores de historia que insisten en la importancia de conocer los hechos y su cronología antes de hablar de buenos y malos, o que osan decir a sus alumnos, por ejemplo, que Enrique VIII o Felipe II fueron monarcas absolutos, pero no fascistas (y no sólo porque no llevaban bigotito).

Pero últimamente ha aparecido un coco que supera a todos los demás en fealdad y maldad. Habita en una enorme y siniestra fortaleza erizada de torres junto al río Moscova, en medio de la inmensa, gélida en invierno, tórrida en verano, llanura rusa (supuesta patria de una conocida ensaladilla y unos sabrosos filetes empanados), en algunos de cuyos tenebrosos bosques todavía quedan temibles osos (pese a alguna que otra incursión cinegética de nuestro rumboso rey emérito).

Sin embargo, bondadosos y desinteresados tutores nuestros, que habitan allende los mares pero tienen representantes (y mamporreros) por todo el mundo (en dos o tres centenares de legaciones diplomáticas y en ochocientas bases militares, amén de medios de comunicación y millares de periodistas y opinadores dóciles y bien pagados), velan por nosotros día y noche y no están dispuestos a permitir que las estentóreas voces del coco del Kremlin nos quiten el sueño. Por eso decidieron hace meses censurar y prohibir la circulación de todo tipo de medios informativos que se hicieran eco de la voz del coco ruso. Siempre en defensa, claro está, de la libertad de expresión, que corría el riesgo de ser pervertida por la propaganda moscovita. Igualmente se han esmerado en eliminar peligrosos focos de adoctrinamiento ruso como  recitales de la soprano Anna Netrebko, conferencias sobre Dostoyewski o conciertos de música de Tchaikowski (personajes, estos últimos, que de haber vivido en la actualidad trabajarían sin duda como agentes al servicio del Kremlin).

Cierto que el coco moscovita es algo patoso. Parece que últimamente adolece de un extraño brote de masoquismo que le empuja a bombardear a sus propios partidarios y a sabotear los gaseoductos con que llevaba tiempo engatusando a mucha gente en Europa, sobre todo a los alemanes, con el cuento de ayudarles a calentarse en invierno. Pero eso no hace para nada al coco menos horrible y peligroso. Puede parecer tonto, pero ya sabemos que no hay tonto bueno.

Ahora bien, ¿cuál es la misión del coco, según nos enseñaron nuestros padres y abuelos? Hacer que nos durmamos, por miedo a que se nos lleve con él, probablemente para comernos luego con patatas (en el caso de Alemania, con Sauerkraut):

Duérmete, niño,

que viene el coco,

y se lleva a los niños

que duermen poco.

Ahí está el quid, de eso se trata: de que durmamos como angelitos para no ver lo que pasa a nuestro alrededor: el aumento de la miseria, la esmirriez de los salarios, los precios rampantes de la comida y la luz, la transformación de la democracia en un timo del tocomocho, la manipulación de las diferencias culturales para dividir a la gente y crear falsos enemigos, la furia guerrera de nuestros mandamases nacionales y europeos (a Pepe Borrell cualquier día lo veremos paseándose por Bruselas con casco y lanzamisiles tierra-aire; pero bueno, si a Puigdemont le da un soponcio pensando que va por él, tira que te vas…).

Durmamos, pues, y ay del que intente despertarnos al grito de “¡El coco no existe!” No hará falta que los que velan por nuestro sueño lo quiten de la circulación. No: seremos nosotros mismos los que lo moleremos a palos por atreverse a romper el hechizo (que sarna con gusto no pica), por pretender sacarnos del profundo y dulce sueño de los gilipollas, que nos lleva lejos del mundanal ruido, olvidados de nuestras lacras, volando como pájaros azules por encima del arco iris:

Somewhere over the rainbow

Bluebirds fly,

Birds fly over the rainbow,

Why then, oh, why can’t I?

¿No será que el capitalismo, con sus espantapájaros sin corazón, sus hombres de hojalata a los que hay que engrasar continuamente, sus leones cobardes de feroz aspecto y sus brujas del Este y del Oeste, no es en el fondo más que una versión cutre del Mago de Oz, a la espera de que Dorothy logre finalmente despertarse?

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