Mi infancia son recuerdos de una calle sin asfalto donde nos desollábamos las rodillas. Llobregós era una torrentera desbordada por las lluvias de otoño, socavones y charcos. Un maravilloso campo de juego para una infancia desarraigada. Parafraseando a Milanés “… pocos son de aquí, / se fueron de allá, de allí / y hoy arrastran esa pena / de sentirse entre cadenas / que es lo que me pasa a mí”.
Nos socializábamos —nos hacían españolitos quiero decir, nada que ver con el socialismo— en el Colegio Nacional Ruiz de Alda (hoy Carmel, así sin la “o”, cosas de la normalización). En los primeros años todavía recuerdo cantar el “Cara al sol”, brazo en alto ante la rojigualda. Lástima que no hubieran hecho para mis hijos obligatorio “Els segadors” con la mano al pecho ante la rojigualda cuatribarrada… ¡Nada enseña a aborrecer tanto una canción como cuando te obligan a cantarla! Se vuelve uno antipatriota de por vida.
Y a pesar de todo hay un grato recuerdo de aquellos cafres que tuvimos por profesores. Entrañable Sr. Ribera, hombre con autoridad y con mesura; Colserola, que solo notabas que era de la seba cuando te pellizcaba los carrillos y te decía “apa, burru, apa”. O Marlí, matemático entusiasta, que daba grima con aquella risita extraña que emitía su gordezuela cara cuando te hacia crecer estirándote de las patillas. Y qué decir de Fernández, el más joven, pero el más desgraciado, hombre inteligente del que siempre intuí que el franquismo desterró hasta el culo del mundo y allí nos encontró a nosotros, una panda de más de 40 alumnos por clase, vociferantes e indisciplinados. De allí salió la “flor y nata” de la quinqueria del barrio, esa que se malogró con la droga en los setenta y ochenta. Carne de cañón para la “nova Catalunya”.
Grabada llevo la anécdota como si de un video se tratara, no recuerdo la causa, aunque puedo imaginarla dados los protagonistas. Fernández agarró a García Rut por la camisa y desde la pizarra recorrió todo el pasillo derecho junto al ventanal y a cada paso le soltaba una hostia sin consagrar, de esas que nos dolían a todos sin haberlas recibido. Cuando llegó a la pared del fondo miró hacia la ventana y reflexionando en voz alta dijo “no te tiro por la ventana porque me meterían en la cárcel”; tras soltarlo mandó que nos pusiéramos en fila. Acogotaos estábamos cuando un empollón, Martí, pregunto si había que ponerse por orden “analfabético”… ¡la mirada de Fernández le taladró! Allí estábamos todos petrificados ante la posibilidad de que repitiera el paseo con la piltrafa en la que se había convertido nuestro compañero, y no, no pasó, porque la derrota estaba instalada en Fernández y en todo el colegio y en todo el barrio y ahí seguimos, derrotados ayer por unos y hoy por otros, o son los mismos aunque cambien la apariencia.
El tiempo pasó y quisimos escapar, escapar del barrio, que era escapar del destino de clase subalterna. Cada uno a su manera, los más listos como Martí, con la universidad, los tontos y los mediocres jugamos a pijoaparte y a trabajar como burros donde menester fuera. Ansiando un braguetazo con Teresa, ese fue siempre un anhelo charnego.
Podríamos decir que aquellas Teresas son hoy pijoflautas y aquellos pijoapartes no son sino lo que siempre ha sido: unos pringaos, deseosos de escapar de la clase social que nos tocó y nos toca vivir.
Los pijoflautas siguen queriendo salvarnos de nuestras miserias y llevarnos por el buen camino. El camino revolucionario, del cambio o de la sonrisa… pero que a ellos encumbre. Solo hay que mirar sus pintas y sus apellidos. Entonces como ahora la marca de las clases dominantes de esta, nuestra Cataluña: Serrat, Hereu, Pujol, Mas, Colau, Asens, Trias, Domenec, etc. Más algunos pijoflautas asimilados.
Sí, todo cambia pero en lo esencial el Carmelo sigue pareciéndose a sí mismo, aunque Llobregós esté asfaltada, aunque el socavón lo taparon con un parque vacío de niños, aunque llegara el metro 40 años después. Nuevos charnegos, nuevos pijoapartes, nuevos explotados, nuevos alienados —¡jo qué palabro más rojo! ¡Lo que aprendimos en los cursos acelerados de eurocomunismo!—, lo dijo Suárez: “reformar para que nada cambie”
Regurgitamos de nuevo elecciones y parece que ganaron en el barrio los comúitas podemmitas con un 28,42% de los votos emitidos. Seguimos enganchados a las salvadoras Teresas, seguimos tutelados por el pijoflautismo de ahora, comuita o Psecero (24,21%).
Pero desengañémoslos: quien venció en las elecciones, como hace mucho tiempo viene pasando, es el desencanto con el proyecto que unos y otros nos venden, desde Moncloa o San Jaime, desde la derechona o desde la izquierdona. Fuimos el 36,27% del censo que pasamos de meterla en una urna. La suma del pijoflautismo se quedó en el 33,54% del censo.
No digo yo que montemos el Partido Carmelitano, que eso de las identidades toca mucho los cojones y levanta muchas fronteras y bastantes fronteras tenemos ya, económicas y mentales. Pero puestos a lanzar un órdago: Charnegos del mundo: ¡uníos!
Farragüas
Carmelo, 30 de junio de 2016
Yo, del pabellón de enfrente, del de las niñas, al menos hasta octavo de EGB cuando nos metieron a todos, bien cargaditos de hormonas revoltosas, en una misma clase. Así que ese último año tuve la desgracia de conocer las maneras psicópatas del individuo Fernández y del tipejo Merlín. Cuando has descrito a ese último, me ha venido a la memoria las manchitas que le sonrojaban la cara como de arrebol gozoso; siempre pensé que disfrutaban tirando de las patillas y golpeando a los chicos contra la pizarra. Pero sobre todo, te escribo porque no has mencionado un detalle que me hacía aborrecer al individuo Fernández por encima de Merlín y de cualquier persona que hubiese conocido hasta entonces: antes de pegar a los chicos se quitaba en reloj. Procedía. Y al terminar, se iba al baño y volvía sacudiéndose el agua de las manos y, con ellas aún húmedas, se abrochaba la correa del reloj.
Vivía en la Calle Lugo, 59-61, en el ático, y siempre sentí mucha pena de su mujer y sus hijos. Nadie nunca dijo nada, eran otros tiempos.
Mi padre fue al antiguo Ruiz de Alda, se llama Amadeo, conocido en el barrio como Mateo, este año cumple 60 años, me gustaría saber si todo lo que escribes o sí tú mismo, soys de esa época, pues le haría mucha ilusión si le recordara aquellos «maravillosos» años.
Gracias
Lo he publicao por donde he podío, por que no tiene desperdicio. ¡ cuantos españolitos de 60 y alrededores han vivido escenas similares. Un saludo
Hace unos meses, una amiga me propuso -nos propuso, no seáis mal pensados- ir al teatro a ver un musical basado en los grandes éxitos del «Rock Català» -altrament dit, Rock Subvencionat-. Le contesté que estaba esperando a ver si Loquillo y Juan Marsé se decidían a colaborar en un musical que se titulase «Cadillac Solitario».
Por cierto: impagable la foto de la calle Llobregòs sin asfaltar. Yo también me despellejé las rodillas por allí unas cuantas veces.
No se yo si sería aceptado como charnego, aunque fuera con pasaporte de segunda. En mi niñez y juventud, fuí andaluz, – luego he sabido la definición del gran filósofo del noroeste y casi me alegro-, luego cosas de la vida perdí la nacionalidad y después de mucho dembular por la Ibérica geografía, me asenté en Extremadura. Nunca se me ocurrió pedir la nacionalidad, pero mi mujer, mis hijas y mis nietos son extremeños. Tal vez estas circunstancias sirvieran como favorable nota de curriculum. De cualquier modo y manera como el humor nunca lo perdí, me alegra haber encontrado a charnegonews. Boa tarde.
Ay, Carmelo, que me ha encantado, que me recuerda mi infancia y que qué bien escribes, coño ! Melàncolico si pero melodramàtico y perdedor en absoluto. Muà !
Melancolico, melodramatico, ¡perdedor!