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José Mantilla, ex-presidente de la Generalitat y Padre de todos los Charnegos Agradecidos que en el mundo han sido

Ése, ése con cara de pasmao soy yo. En todos los trabajos hay un tipo insignificante que nunca habla ni alza la voz. Si no fuera porque de vez en cuando nos dice “hola” o nos alarga un expediente, hasta podríamos confundirlo con el resto del mobiliario. No sabemos qué piensa, ni cuáles son sus aficiones, ni si siente ni padece. No sabemos si entra o si sale, si trabaja o está de vacaciones. “¿Has visto a Martínez?”. “No, Martínez se murió hace dos años”. “Ostia, pues no tenía ni idea. Es que como no se le oye”. Bueno, pues yo soy el padre de todos los Martínez.

Un buen día, en el PSC, hubo que sustituir al líder carismático (Pasqual Maragall) por alguien que no hiciera ruido, que fuera dócil y que no destacara demasiado. No hubo que romperse mucho la cabeza. “¡El mudito! ¡Elijamos al mudito!”, fue el grito unánime en el partido. Supongo que no hará falta que les explique porqué me llamaban así: básicamente, me expreso menos que un gato de escayola. Prefiero que me coman las chinches por las piernas que emplear más de cuatro palabras seguidas. Pero bueno, el caso es que así fue cómo un hombre gris (pero sin materia gris) como yo ascendió desde las más profundas simas del politburó a ser la cabeza visible del PSC.

Pero por si esto no fuera poco, luego vino lo que llamo el abrazo del oso. Cuando un oso te abraza no es para quererte, para decirte cielo mío qué bonito eres. Un oso te abraza para comerte, cohone. Se trata de zoología pura, vamos. La cuestión es que para gobernar, los socialistas catalanes tuvimos que pactar con los nacionalistas. Y, claro, aquello fue el abrazo del oso. De aquel pacto con el Averno surgió lo que todos llaman El Tripartit. Pero, ¿cómo un chaval de Iznájar como yo, un chaval que pasó del arao al aparato, que nunca fue amigo de meterse en líos, poquita cosa, sin especiales habilidades para los idiomas, -ni siquiera el de uno mismo-, se le pudo ocurrir meterse en semejante fregao?

Pues a mí. A quien si no. Claro, yo tenía que ejercer de president, háganse cargo. Y ya me ven ustedes desempolvando el manual de conjugación de verbos irregulares en catalán -una tortura china- o el libro Cómo aprender a usar los pronoms febles en cuarenta y siete cómodas sesiones –más enigmático que la quinta temporada de cuarto milenio– para subir a la tribuna del Parlament y hacer como que dominaba la situación.

Pero todo lo que puede empeorar, empeora, créanme. Se lo digo yo, que fui quien promulgó la ley de Murphy. Bueno, el tema fue que entre el poquito castellano que ya utilizaba, y el todavía menos catalán que aprendí, lo que acabé hablando fue un engendro del demonio que no lo entendían ni los míos -los charneguitos del extrarradio- ni los carolingios de ocho apellidos catalanes. Hasta la Ferrusola dijo que cómo era posible que un charnego como aquél, que apenas balbuceaba la lengua del país, pudiera ser su presidente.

Aquello me dolió. Yo, que quería ser aceptado por encima de todo. Yo, que hubiera matado por una palmadita en la espalda de un catalán-catalán: “Noi, que bé que parles… No et diras Olivella de segon cognom, oi?” Me dolió, y eso que nunca expreso nada. Pero nada de nada, ya les digo, como la escayola. En aquella ocasión, sin embargo, me acuerdo que arqueé una ceja del dolor, se lo juro. Todo un desparrame.

Luego vino participar en las marchas y manifestaciones de esta gente, dejándome fotografiar con esteladas, mientras mis paisanos del cinturón rojo de Barcelona -al fin y al cabo, los que me votaban- me echaban maldiciones gitanas y me escupían por la calle. Pero lo peor fue tener que aguantar al brasas de Carod Rovira, que para más inri, resulta que era hijo de guardia civil. O sea, que era peor que un catalán de Vic descendiente de Jaume I. Un tipo que cuando no montaba un pollo por su nombre –“oiga, que yo me llamo Josep Lluís aquí y en la China Popular”-, lo montaba al fotografiarse con una corona de espinas en Israel o diciéndole a ETA que oiga, que en Cataluña no maten, pero que más allá del Ebro, ustedes mismos.

Aquello era un sinvivir. Y así acabamos. Aquello fue el principio de lo que tenemos hoy: El PSC, en barrena y bailando el Don’t stop me now. Y que si un día te digo referéndum, al otro te digo que no, al siguiente te digo canadiense y vuelta a empezar.

Pero tranquilos, que lo importante es que he vuelto a mi estado natural, del que nunca debí salir: vuelvo a estar colocao. Discretamente, colocao, se entiende. Que para eso soy hombre de partido, cohone.

2 comentarios en ««Llamadme el mudito»»
  1. Hombre un poco «manta»ha sido este hombre. Pero siempre se llamo Montilla (no Mantilla).Bajo su presidencia fue cuando más se multó por rotular negocios en castellano,y no hacerlo en catalán .Cuando uno no es catalán no tiene porque esforzarse en parecer más catalán que los propios catalanes. Nunca lo logrará. Lo que si logró este señor que nació obrero es ser cada vez más «señor»y menos obrero.

  2. A alguien se le escapa que por aquellos tiempos la independencia representaba un 20℅ y ahora es más de 40%???, Entre Guatemala y Guatepeor me quedo con Guatemala oigan, que este problema de la indepe demencia no lo teniamos

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