«La conciencia de nación la creamos los de arriba, que para eso podemos y nos da la gana»
Por Marc Garrido Orce, profesor asociado del Departamento de Arqueología, Prehistoria e Historia Antigua de la Universitat Autònoma de Miskatonik del Vallès.
Como parte de la recopilación de materiales para mi trabajo de investigación en curso, sobre las estructuras socio-políticas de las sociedades del suroeste de la Península Ibérica durante el Período Orientalizante (Primera Edad del Hierro), he tenido la excepcional ocasión de entrevistar al personaje más relevante de esa etapa y ese contexto histórico-geográfico: el Rey Argantonio de Tartessos. Paso a comunicaros el contenido de esa entrevista.
M.G.: Su Excelencia…
A.T.: Un poquito de por favor con el tratamiento. Que no soy un jefecillo de tribu cualquiera.
M.G.: Cierto, Su Majestad.
A.T.: Llámeme mejor Su Santidad. Recuerde que soy también sumo sacerdote de Baal y Astarté.
M.G.: Su Santidad, pues. Permítame que le pregunte. ¿Es verdad que España tiene tres mil años de antigüedad?
A.T.: ¿Perdone…? No entiendo el sentido de su pregunta.
M.G.: Claro, me explico. El nacionalismo catalán asegura que Cataluña es una nación con mil años de antigüedad, y el nacionalismo español le responde que España tiene tres mil, y que es la nación más antigua de Occidente. Y parece evidente que con ello está haciendo referencia al antiguo reino de Tartessos, sobre el que Su Santidad gobierna…
A.T.: ¡Ah, acabáramos…! ¿Y por qué sólo tres mil? En época de Estrabón, nuestros descendientes los turdetanos afirmaban tener leyes escritas de seis mil años de antigüedad… Eche usted cuentas… Dos mil que han pasado desde Estrabón, más seis mil que se ponían ellos ya por entonces, a mí me salen ocho mil. Muy corto se le había quedado el cálculo…
M.G. (muy excitado por la afirmación de Argantonio): Pero, entonces, ¿tenemos que tomar esa cita de Estrabón como cierta?
A.T. (con una risotada estruendosa, y pasándose ya al tuteo): ¡Ja, ja…! Pero, ¿tú eres historiador, piltrafilla…? Parece mentira que te creas todas las tonterías que nos inventamos los políticos…
M.G. (muy decepcionado y algo ofendido): Disculpe Su Santilencia, pero creía que esta entrevista nos la tomábamos ambos en serio…
A.T.: Y me la tomo, escribanillo, me la tomo. Pero la primera obligación del historiador es cuestionarse críticamente las fuentes. Y en este caso, yo soy tu fuente, ¿no…?
M.G. (algo abochornado): Tiene razón su Excelentidad… Pero, entonces, la cita de Estrabón…
A.T.: Pues a eso íbamos, escolarcillo. En época de Estrabón, los jefes turdetanos tenían que legitimarse ante los conquistadores romanos haciendo gala de la antigüedad de su cultura y su Historia, igual que siguen haciendo los mandoncetes de tu época… Que si mil, que si tres mil, que si seis mil… ¿Y qué más darán los años de la gallina, si lo importante es quién se queda los huevos? Pero vosotros, los arqueólogos, ya deberíais saber a estas alturas que por aquí, en el seis mil antes de Cristo, todavía andábamos aprendiendo a ordeñar las cabras y a ver cómo se plantaban los garbanzos. O sea, que a Estrabón le metieron un gol por toda la escuadra…
Que si mil, que si tres mil, que si seis mil… ¿Y qué más darán los años de la gallina, si lo importante es quién se queda los huevos?
M.G. (ya mejor ubicado, tras haber pillado la onda del tartesio): Ahora le comprendo… Pero, a lo que íbamos: ¿se puede considerar al antiguo Reino de Tartessos como el precedente histórico directo de España como nación, o si S.S. lo prefiere, como Estado?
A.T. (rascándose la cabeza, pensativo): Bueno, eso es una cuestión compleja… Cuando se llegaron por aquí los primeros mercaderes fenicios en busca de plata y de estaño, a estas tierras le pusieron I-Shephan-Im, que quiere decir “Costa de los Conejos”, y luego los romanos lo convirtieron en Hispania, que es como se quedó para los restos… Pero claro, por aquí los conejos que había eran de todos los pelos, y cada uno se consideraba de su padre y de su madre… Conios, sefes, cempsos, mastienos, estrimnios… Luego los romanos quisieron poner un poco de orden y lo redujeron todo a celtas e iberos, pero bueno, lo de los romanos no era precisamente la etnografía… Muy buenos ingenieros, eso sí, pero su interés por Hispania era puramente práctico, a lo que venían era a llevarse el oro de las Médulas y el aceite de la Bética…
M.G.: Entonces, ¿da usted la razón a quienes dicen que España es una “nación de naciones…” o a quienes niegan, pura y simplemente, que sea una auténtica nación?
A.T.: ¡Coño, hay que joderse! A ver, empecemos por el principio… ¿Me puedes tú decir qué es una nación?
M.G.: Bueno, pues un conjunto de personas unidas por toda una serie de vínculos culturales, lingüísticos, históricos, territoriales, emocionales…
A.T.: ¡Paparruchas! Todos esos vínculos se hacen y se deshacen, y ya te digo yo que quien los hace y los deshace es quien tiene el poder en cada momento… Mira, en mi época, yo gobernaba sobre un montón de tribus diferentes, y lo que daba unidad a ese batiburrillo eran los intereses económicos de los jefecillos locales de cada una de ellas… Vaya, lo mismo que en la tuya, ¿no…? Salpimentado, claro está, con un poquito de liturgia y de escenografía: rituales religiosos comunes, mitos fundacionales, intercambio de mujeres para crear vínculos familiares dentro de las élites… En tu época, los que gobiernan pueden ser de diferentes partidos políticos, pero se han educado todos en los mismos colegios de pago y se casan los unos con las hermanas de los otros, ¿no…? Y a sus hijos los envían a hacer los mismos másteres a las mismas universidades británicas o de los Estados Unidos…
M.G.: Bueno, bueno, no sé yo si tanta extrapolación…
A.T. (ofendido y amenazador): ¡Ah…! ¿Es que te crees acaso que en el siglo XXI sois más inteligentes y racionales que en la Primera Edad del Hierro? La conciencia de nación, de tribu, o de Pueblo Elegido, la creamos los de arriba para proteger nuestros propios intereses, que para eso disponemos de los medios para crearla… Lee a Hobsbawm y a Bourdieu, a ver si así te enteras un poco…
M.G.: Entonces, en el actual conflicto entre España y Cataluña…
A.T. (sorprendido y divertido): ¿Tú también te has creído esa pamema del Tricentenari y del “Espanya contra Catalunya”?
M.G.: Bueno, yo me considero discípulo de Fontana…
A.T.: Pues, para ser discípulo de Fontana, muy poco marxista me parece tu análisis… Como mucho, de charneguito agradecido… Mira, te voy a poner un ejemplo de mi época. Nosotros, los tartesios, cuando empezaron a agotarse los filones de plata de la Serranía de Huelva, nos tuvimos que ir a buscarla Guadalquivir arriba, hasta la región de Cástulo, en la Oretania…
M.G.: O sea, se comportaron ustedes como una potencia imperialista, explotando los recursos de otros territorios…
A.T.: ¡Eeeeh, chaval, para el carro…! Que los jefecillos oretanos estuvieron encantados de darnos su plata a cambio del aceite y el vino que a nosotros nos colocaban los fenicios y los griegos… Eran ellos los que explotaban a su propia gente, igual que nosotros a la nuestra.
M.G.: Maravillosa y cordial entente entre élites dirigentes.
A.T.: Ya te digo… Y la cosa funcionó, hasta que a nosotros nos pillaron en medio las disputas comerciales entre foceos y cartagineses…
M.G.: La Batalla de Alalia, 535 a.C.
A.T.: Más o menos. Veo que por lo menos has leído a Schulten… Bueno, pues cuando los cartagineses bloquearon los puertos tartesios, para que no abastecieran de plata a los griegos massaliotas, a los jefecillos oretanos dejó de interesarles ser parte de Tartessos, y decidieron comerciar ellos mismos con griegos y cartagineses a través del valle del Segura, prescindiendo de nosotros como intermediarios… Entonces comenzaron a edificar torres y fortificaciones en el curso alto del Guadalquivir, y cortaron sus relaciones con Tartessos. Se declararon independientes, como decís vosotros ahora.
M.G.: Y tenían derecho a hacerlo, ¿no?
A.T.: Y no veas la de flechas que nos anduvimos tirando los unos a los otros. Pero no me preguntes si tenían o no derecho: lo que tuvieron fue la oportunidad y los medios. Lo que sí te puedo decir es que sus esclavos y sus siervos siguieron estando igual de explotados, y muriéndose de desnutrición y de agotamiento exactamente lo mismo que antes de su independencia. La única diferencia fue que dejaron de extraer la plata para Tartessos, para extraerla directamente para Cartago.
M.G.: Y el resultado para Tartessos fue catastrófico.
A.T.: Bueno, hubo que cambiar y adaptarse… Cuando entendimos que no se podía seguir viviendo de la plata, tuvimos que diversificar nuestra economía y explotar otros recursos… Nos convertimos en los principales productores de garum del Mediterráneo, por ejemplo… Desde luego, el reino de Tartessos como tal no sobrevivió a aquella convulsión, pero nuestros descendientes, los turdetanos, siguieron siendo, como decía Estrabón, “los más ricos y cultos de entre los iberos…”
M.G.: Comprendo… Y, para acabar: ¿qué opina de los que dicen que Tartessos no estaba en la desembocadura del Guadalquivir, como afirman todas las fuentes, sino –como su propio nombre indicaría– bajo la actual ciudad catalana de Tortosa?
(Aquí, al rey Argantonio le entra el ataque de risa, se atraganta con el hueso de una de las aceitunitas que les habían puesto para acompañar los finitos del aperitivo, y tienen que llevárselo rápidamente en camilla para ponerle oxígeno y que no se vaya definitivamente a las Islas de los Bienaventurados, más allá de las Columnas de Hércules. Fin de la entrevista.)